Pablo Meira con Gurutzne y JoseManu en el VI Congreso Iberoamericano de Educación Ambiental
De la Educación ambiental en la sociedad de consumo al consumo de la Educación Ambiental
Pablo Ángel Meira Cartea
No es inusual leer en las directivas, programas y documentos que producen las instituciones de la Unión Europea u otros organismos supranacionales la expresión "ciudadanos y consumidores", como si ambas condiciones fueran estancas entre sí. Esta distinción evidencia hasta qué punto el rol de consumidor ocupa un lugar central en la definición de la identidad personal y colectiva, sobre todo en las denominadas sociedades avanzadas.
La tensión entre ambos roles, "ciudadano y consumidor" cobra especial significado cuando se analiza la respuesta educativa la crisis ambiental y se intenta comprender porqué existen tantas dificultades para que la toma de conciencia se convierta en acción socio-ambientalmente responsable. La progresiva terciarización de las sociedades avanzadas -y la tendencia a universalizar este modelo a través de la globalización económica y cultural- hace que los procesos de degradación socio-ambiental en los que participamos diferidamente a través del consumo lleguen a ser prácticamente invisibles para las personas.
El acto de "consumir" forma parte de los mecanismos de satisfacción de las necesidades de la especie humana desde que esta existe.
En ningún otro momento de su historia, sin embargo, como en las últimas cuatro o cinco décadas, ha llegado a convertirse en la clave para entender los modos de producción, de socialización y de reproducción cultural dominantes. Si la modernidad, desde un punto de vista socio-económico, se construyó en torno a las nociones de "producción", "trabajo" y "necesidad", la posmodernidad, o la "modernidad líquida" utilizando la feliz metáfora de Bauman (2006, 2007), se está edificando sobre las nociones de "consumo" -mejor "consumismo"-, "marketing" y "deseo".
El ciudadano, incluso aquel "ambientalmente concienciado", se convierte en "consumidor" alienado a través de distintos procesos que pretendemos explorar en esta ponencia:
-la dificultad para visualizar el "ciclo de vida" de los productos y servicios consumidos;
-la aplicación de pautas de obsolescencia programada;
- las limitaciones para utilizar la información necesaria para realizar un "consumo responsable";
- el uso de los instrumentos del marketing y la publicidad para condicionar los patrones de consumo -principalmente a través de la dimensión emocional-;
- la recreación de deseos permanentemente insatisfechos;
- la manipulación de la sensibilidad socioecológica como argumento de venta, etc.
Estas formas de moldeamiento cultural al servicio del mercado determinan los patrones de consumo y explican el imparable crecimiento de la huella ecológica en las sociedades avanzadas. Junto a ellas, la EA aparece como un instrumento contracultural que trata, a duras penas, de introducir elementos de crítica y ca¬pacitación para el "consumo ambientalmente responsable". Su eficacia es lógicamente limitada y, además, por consideraciones éticas e ideológicas, ha de evitar el uso de los recursos de condicionamiento subjetivo que emplea el marketing para alcanzar sus objetivos.
En estas circunstancias, la EA corre el riesgo de verse convertida ella misma en un recurso más para condicionar y moldear los estilos de vida y los hábitos de consumo en función de los intereses de reproducción del mercado y del capital.
Esta involución puede detectarse, por ejemplo, en el ámbito de la educación sobre residuos, aunque aparentemente se declaren objetivos relacionados con la sustentabilidad. Igualmente, puede convertirse ella misma en un segmento del mercado en el que se imponen los mismos criterios que rigen la mercantilización de otros servicios socioeducativos y culturales con los que tiende a confundirse y a hibridarse cada vez más: hablamos del ocio, el turismo, el deporte, la cultura de masas, etc. Algunos rasgos en la evolución de la EA en España y, en general, en Occidente, llevan a considerar -ya denunciar- que cada vez son más las iniciativas de "Educación Ambiental" que obedecen ya a la “pura” del mercado y a los criterios de valor en la “sociedad de consumo”: prima la satisfacción del contratante o del cliente frente a otro tipo de objetivos, la oferta de experiencias y actividades puntuales y efímeras, la alusión de cuestiones controvertidas, la lógica económica del mercado, etc. El cambio “marca” de la EA por la EDS no deja de ilustrar también esta tendencia.
Gracias Pablo, siempre tan afilado y cuestionando constantemente cuál es el sentido de nuestras "buenas prácticas en EA".
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