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Pepper (1984) señala que tres obras escritas fueron claves para detonar el movimiento ambientalista mundial: Silent Spring de Rachel Carson (1962), Blue Print for Survival de Edward Goldsmith (1972) y Small is Beautiful: Economics as if people mattered de Fritz Schumacher (1973). La primera anuncia y cuantifica los principales problemas ambientales de ese momento, principalmente de aquellos que afectan los procesos y ciclos de la naturaleza y sus consecuencias; la segunda analiza los cambios necesarios para transitar a un mejor proceso civilizatorio y la tercera incorpora acciones prácticas para solucionar los problemas ambientales e identifica sus raíces filosóficas.
No obstante, muchos autores siguen acreditando que la obra de Carson es la pionera en este envite al alertar contra los peligros del uso de insecticidas y pesticidas que fomentaban las nuevas formas de producción agropecuaria. Santamarina (2006), por ejemplo, considera que ello fue debido a que se articuló el discurso científico con una estructura narrativa moral de sentido común, que lograba trasmitir verdaderamente una preocupación que fue comprendida por el gran público no experto, convirtiendo los problemas distantes y externos, en cercanos y directos.
Empero, la ausencia de un programa político hace que algunos autores reconozcan el trabajo de Carson sólo como un antecedente del ecologismo. Dobson (1997:59) al respecto menciona que los inicios del movimiento habría que buscarlos a partir de 1970, ya que las ideas anteriores a este año “que guardan afinidad con el ecologismo estaban ‘verdes’ pero no eran aún verdes”. Esa es la razón por la que muchos ubican el momento de surgimiento con la celebración del primer Día de la Tierra (22 de abril de 1970) en el que participaron más de veinte millones de personas.
Por su parte, Schumacher desarrolló una crítica a la sociedad industrial. Tema que ya había sido tratado por otros autores prominentes en el campo de la economía, de la filosofía, de la crítica cultural y de la política, como Lewis Mumford, Herbert Marcuse, Ernest Bloch y Theodor Adorno quienes veían el desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo como parte central de una estrategia de dominación y alienación. La diferencia de Schumacher es que analizó las condiciones económicas y ecológicas propias de los países del Tercer Mundo, con lo que cuestionó al propio concepto de desarrollo y, más particularmente, la ideología del crecimiento, “al menos a ese tipo de desarrollo industrialista que sigue fascinando a las ‘élites’ de los países pobres” (Mires, 1990:25).
Schumacher cuestionó severamente el mito de la infinitud de los recursos naturales en el que reposa la economía, por lo que su trabajo puede considerarse como uno de los primeros intentos por construir una crítica ecológica a la Economía Política del desarrollo. Small is Beautiful, su obra cumbre, representa entonces una fisura en el consenso industrialista que aparece en un momento de crisis de los modelos productivos basados en la explotación intensiva de la fuerza de trabajo y de la naturaleza, mediante la puesta en marcha de técnicas de producción en masa con predominio de industria pesada. Schumacher, por tanto, constata la crisis del sistema fordista de producción industrial y sus formas más virulentas que cobraban expresión en el Tercer Mundo.
Por su parte, la obra de Edward Goldsmith, Blue Print for Survival, tuvo impacto por su contenido y su oportunidad. Se publicó por primera vez en el mes de enero ocupando todo el número de la revista The Ecologist (Vol. 2, Núm. 1), en adelanto a la Cumbre de Estocolmo. Por su gran aceptación, en septiembre del mismo año se publicó en forma de libro. En términos generales, la obra propone un programa, incluyendo los cambios que tienen que producirse y los pasos que hay que dar, para alcanzar una sociedad más estable y sustentable. En sus apéndices se hace un recuento y un pronóstico de los problemas existentes en los ecosistemas, en el sistema social, en la población y el suministro de alimentos y en materia de recursos no renovables, particularmente el petróleo.
Un factor fundamental sobre estas tres obras mencionadas (Carson, Goldsmith y Schumacher), es que ninguna de ellas coloca el problema del crecimiento demográfico como el elemento principal del problema, el cual formaba parte de una poderosa configuración discursiva que se remonta a Thomas Malthus y su trabajo publicado en 1798, bajo el título An essay on the principle of population. El planteamiento de Malthus ubicaba el problema en el sentido de que la población tiende a crecer geométricamente, mientras que la producción de alimentos lo hace en progresión aritmética, lo que trasladado al conjunto social amplio generaría severos problemas económicos.3 En esta línea de los neomalthusianos, destacan The population bomb, libro escrito en 1968 por Paul Erlich con quien Commoner polemizó públicamente, donde se presenta un diagnóstico de lo que anunciaba como la crisis demográfica mundial y The tragedy of commons, un artículo publicado el mismo año en la revista Science por Garret Hardin (1968) y cuyas soluciones remitían a los principios de la economía neoclásica y al control demográfico.
Sin embargo, desde nuestro punto de vista la obra más emblemática de todas es Los límites del crecimiento (Meadows et al., 1993), primer informe del Club de Roma publicado en 1972, el cual marcó el inicio de un fuerte movimiento de condena a los principios económicos convencionales y sus valores subyacentes, a través de los cuales las actividades humanas son reducidas a la población, la producción industrial y a la acumulación del capital, como si la Tierra fuera una fuente inagotable de recursos naturales y la solución de los problemas sociales y ambientales llegaría como efecto colateral del espejismo del crecimiento económico (Negret, 1999). Los pronósticos de este documento derivaron de la aplicación de un modelo simulado en computadoras en el Massachussets Institute of Technology (MIT) elaborado por Jay Forrester, para responder a la pregunta de ¿cuál sería la situación del planeta Tierra, en caso de que la humanidad continúe al mismo ritmo de relación física, económica y social que caracteriza la actual sociedad de consumo? Para hacer las proyecciones del modelo se emplearon parámetros tales como la degradación ambiental, el crecimiento demográfico, los índices de contaminación, las necesidades alimentarias per capita dentro de una perspectiva mundial en el periodo 1900 y el 2100.
El estudio volvía a poner en el centro de la cuestión del desarrollo el hecho incontrovertible de la finitud de los recursos, tanto los que provienen directamente del medio natural, como los transformados por el propio hombre, a partir de materiales disponibles en la naturaleza. Es decir, ponía de relieve la fantasía de que la escasez de recursos materiales podía ser sustituida con los recursos del capital y el trabajo sustentabilidad débil), lo que conmocionó a las grandes expectativas generadas en el periodo de la posguerra. Estas eran las premisas en las que se había construído la ciencia social, desde el llamado “Espíritu de la Era”, promovida por la Ilustración y específicamente por los trabajos de John Locke, Francis Bacon, René Descartes e Isaac Newton, basados en la creencia de un sostenido progreso material a partir de una más eficiente explotación del medio natural, como resultado de la aplicación de la ciencia y la tecnología (Barry, 1999).
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Como se puede inferir del planteamiento precedente, la ética ha sido un componente consustancial del discurso ambientalista desde su aparición en los años sesenta. Desde luego, como en todo el campo de lo social, en el ambientalismo han habido perspectivas éticas muy diversas que van desde aquéllas promovidas por la ecología profunda en cuanto a los derechos de la naturaleza (Véase Capra, 1996), hasta las que impulsa la ecología de los pobres sobre la ausencia de una justicia social global (véanse Cooper y Palmer, 1995). La discusión ética en el campo del Ambientalismo nos remite directamente a la discusión sobre el antropocentrismo y el biocentrismo. ¿Son todos los seres vivos sujetos de derecho y moralmente relevantes? O cómo ha sido la tradición ética de Occidente, desde la Ética Nicomaquea de Aristóteles, ¿sólo los seres humanos lo somos? Pero el problema se hace más complejo cuando nos preguntamos ¿qué es lo ético? ¿el acto en sí mismo o la persona que lo ejecuta? Preguntas que están en relación directa con los procesos educativos y culturales.
Así, el contenido de la ética como disciplina filosófica nos remite a la discusión sobre el bien y el mal. Si esta discusión la aplicamos sólo a las relaciones entre los seres humanos, estamos ubicándonos en el marco de una ética antropocéntrica, que está en línea con el desarrollo de los valores occidentales, por ejemplo, el campo de los derechos humanos. En esta perspectiva, el ambiente es visto como aquello que debe usarse para satisfacer necesidades o proporcionar felicidad a los seres humanos. Sin embargo, si consideramos que el comportamiento de los seres humanos y la naturaleza puede ser visto también desde una perspectiva ética, ello nos conduce necesariamente a la presunción de que la naturaleza y todos los seres vivos tendrían derechos intrínsecos que deben ser respetados (biocentrismo). Es aquí donde se abre un abanico muy amplio de valoraciones generado por algunas corrientes del Ambientalismo.
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Tomado de Edgar González Gaudiano y Lyle Figueroa de Katra. Los valores ambientales en los procesos educativos: realidades y desafíos. Revista Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación (2009) - Volumen 7, Número 2
Accesible en: http://www.rinace.net/reice/numeros/arts/vol7num2/art5.pdf