Saludos de nuevo a los habituales de estas páginas.
Volvemos con fuerzas renovadas y trataremos de traer aquí las últimas reflexiones sobre educación ambiental que busquen la transformación social y de compartir los trabajos de quien suscribe con el fin de seguir llenando de arena la playa de la propia educación ambiental.
Comenzamos por esto y traemos el artículo publicado actualmente en la Carpeta del Ceneam de octubre de 2010: CRITERIOS DE CALIDAD EN EDUCACIÓN PARA LA SOSTENIBILIDAD. Artículo escrito conjuntamente con el compañero Jose Ignacio De Guzmán acerca del sistema de evaluación y de criterios de calidad que se establecieron en el País Vasco con el fin de reconocer el trabajo de los centros escolares en pos de la sostenibilidad.
Allá va, que lo disfruten:
A casi cuarenta años de su aparición en escena, la educación ambiental formal necesita reconocer cuáles son sus buenas prácticas, cuáles las experiencias de las que podemos aprender por su sentido, por su capacidad de sensibilización, por su valor educativo, por su interrelación con el entorno, por sus resultados medioambientales, por su capacidad de cambio escolar y transformación social…, y que puedan ser contextualizadas en otros entornos, nunca aplicadas miméticamente.Nos permitimos decir que la educación enfocada hacia la sostenibilidad es la representación actual de la educación ambiental que lleva años trabajando por generar un cambio social y una nueva ciudadanía competente en la resolución de los problemas medioambientales contemporáneos y futuros. En este contexto tomamos el medio ambiente como el conjunto de componentes físicos, químicos, biológicos y sociales capaces de causar efectos directos o indirectos, en un plazo corto o largo, sobre los seres vivos y las actividades humanas (definición de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente, en Estocolmo, 1972).
A lo largo de los años, la educación, y en concreto la educación ambiental, se ha entendido desde herramienta necesaria hasta protagonista crucial para propiciar dicho cambio social. Si bien es un elemento necesario, en cualquier caso también es cierto que no es suficiente. La política, la gestión ambiental, el sistema económico, la ordenación territorial, la administración municipal, las estrategias empresariales, la publicidad… son, evidentemente, otros importantes elementos tan necesarios como la educación. En este sentido, la evolución y recorrido de la educación ambiental quizás no haya tenido el reflejo suficiente en una transformación del sistema económico o social humano hacia modelos más justos (Calvo y Gutiérrez, 2007), pero desde luego está detrás de cantidad de mejoras. Estamos convencidos que detrás de un contenedor de papel, de una bombilla de bajo consumo, de un envase reciclable, una pila recargable, de un aerogenerador… y, por supuesto, de un esfuerzo por separar las basuras, detrás de un mercado de trueque, de una manifestación contra las centrales nucleares, de un foro de participación municipal, de una asociación ecologista o solidaria, de una propuesta de agricultura ecológica, de un compromiso por usar más el transporte público, de un intento por comprar productos locales…, algún día, estuvo la educación ambiental. Nunca hubo tanta crisis junta, pero nunca estuvimos en mejores condiciones para retarlas.
En todo este recorrido, la educación ambiental formal, a través de un sinfín de propuestas, proyectos y programas ha proporcionado resultados diversos. En un extremo nos encontramos con experiencias que han caído en un activismo inoperante desde un punto de vista educativo (hacer por hacer, hacer sin sentido y sin finalidad establecida, sin reflexión…). En el otro extremo aparecen prácticas que tratan problemas ambientales cercanos –de dimensión global-, abiertos y complejos, que parten de lo que ya sabe el alumnado, que provocan la construcción individual y social del conocimiento, que dejan espacio y tiempo a la acción, que busca el logro de competencias -en especial las referentes a la ciudadanía-, que ofrecen innovación educativa y que aseguran participación activa y democrática. Es necesario evaluar esta infinidad de experiencias para conocer cuáles son sus características, sus maneras de actuar, sus buenas prácticas y sus resultados con el objeto de discriminarlas positivamente y de servir de referencia para otras experiencias menos afortunadas o para propuestas futuras. Es necesaria una evaluación que dé como resultado el reconocimiento a los centros educativos que demuestren una calidad contrastada en su cotidianeidad y que, a su vez, sirvan de referente a otros centros que caminan por el mismo sendero.
Hoy día, la educación ambiental se encuentra ante la difícil encrucijada que supone trabajar para la sostenibilidad en una sociedad insostenible, una sociedad que ha prestado muy poca atención a las consecuencias que las acciones humanas provocan en el planeta y a la vida que alberga su biosfera (Salomone, 2006). Una sociedad que dice querer apuntarse a la sostenibilidad, pero que no comparte un modelo social de conducta con su entorno contemporáneo y futuro, que no tiene consensuado un sistema de valores y ni siquiera unos criterios comunes para entender el mundo. El propio concepto de sostenibilidad está en constante discusión y evolución. Sin embargo, la educación para la sostenibilidad tiene, hoy día, más posibilidades de propiciar una cultura de cambio de pensamiento, más que cambio de comportamientos, y de cambio social, más que de mejoras.
La educación ambiental ya hace años que dejó de ser –si algún día lo fue– un mero acercamiento a la naturaleza o a comprender su ecología Tampoco debe ser una educación centrada en los aspectos económicos y tecnológicos supuestamente capaces de solucionar la crisis ambiental. La crisis ambiental, como afirma E. Leff (2006), representa una crisis del conocimiento, es una crisis de un modelo de civilización. Y como tal no puede ser tratada desde sus aspectos parciales o atendiendo a las consecuencias, sino que debe ser gestionada integralmente y enfocada tanto a las causas como al futuro.
Muchos autores nos hablan de que la educación para la sostenibilidad debe ser entendida como una educación para el futuro, una educación para el cambio. En este sentido, son muchas las llamadas a una educación para la sostenibilidad.
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Vivimos en una cultura de queja, fiscalización, denuncia…-lamentablemente, las escuelas saben mucho de ello–. Una iniciativa de valoración y reconocimiento incrementa la autoestima de las comunidades escolares, ofrece seguridad sobre los planteamientos realizados e incentiva la motivación para seguir trabajando y caminar hacia la sostenibilidad.
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Resto del artículo en: http://www.mma.es/secciones/formacion_educacion/reflexiones/pdf/2010_10guzman.pdf
Publicación a la que hace referencia: DE GUZMÁN, J.I. Y GUTIÉRREZ, J.M. (2009): Hacia la sostenibilidad escolar. Criterios de Calidad en educación para la sostenibilidad. Departamento de Educación, Universidades e Investigación y de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio del Gobierno Vasco. Vitoria-Gasteiz. Accesible en: http://www.ingurumena.ejgv.euskadi.net/r49-6172/es/contenidos/libro/sostenibilidad_escolar/es_doc/adjuntos/hacia_sostenibilidad_escolar.pdf