Fritjof Capra ha visto las últimas décadas del siglo XX marcadas por un estado de profunda crisis mundial. Crisis que afecta todos los aspectos de la vida humana –salud, relaciones sociales, economía, tecnología y política-. Una crisis de dimensiones morales, intelectuales y espirituales en tal escala que, por primera vez en la historia, la humanidad se ve obligada a enfrentarse con la real amenaza de su extinción y de toda la vida en el planeta.
El desarrollo técnico científico trajo posibilidades para un mejor conocimiento de la naturaleza y mejores condiciones de vida humana, pero también está poniendo en riesgo la supervivencia de la Tierra, pues el avance acelerado de la sociedad urbana e industrial ha provocado graves impactos en el medioambiente. El tercer milenio empieza con innumerables señales de peligros evidentes: la contaminación del aire, de las aguas y del suelo, la deforestación, el agravamiento del efecto invernadero (calentamiento del planeta), la extinción de especies de la fauna y flora, las alteraciones climáticas, desertificación, lluvia ácida, destrucción de la capa de ozono y la escasez de los recursos hídricos son –solamente- algunos ejemplos de problemas contemporáneos, cuya solución exige grandes inversiones y movilización a escala mundial. Son sucesos que merecen cuestionarse profundamente sobre los valores, las ideas y comportamientos que están inmersos en la crisis ambiental.
(...)
Una ética de supervivencia planetaria es –stricto sensu– una ética ambiental, y trata de la conducta del ser humano en relación a la naturaleza, teniendo como objetivo la conservación de la vida global. Se centra en cuestiones tales como: relación ser humano/naturaleza, preservación ambiental, calidad de vida y reversión de los procesos de destrucción de la naturaleza. Pretende desarrollar una nueva postura de comportamiento en relación al medioambiente capaz de alcanzar todos los segmentos de la sociedad, en especial el sector empresarial e industrial. Su premisa básica es la de que el medioambiente es finito y limitado, y que destruirlo puede significar una especie de suicidio ‘a largo plazo’.
Para el filósofo y ambientalista Augusto Angel Maya, el emerger de una ética con preocupaciones ambientales es una respuesta a la creencia generalizada de que ‘todo se resuelve con una simple innovación técnica o con algunas reformas económicas’, sin embargo, no es posible enfrentar la crisis ambiental sin una profunda reflexión sobre las bases en las cuales se sostiene la actual civilización tecnológica. Es notorio que, entre otras medidas, son urgentes y necesarias legislaciones más radicales para controlar el deterioro del medioambiente. La historia muestra que, las mudanzas en el campo jurídico, siempre fueron acompañadas de nuevas prescripciones éticas y de profundas renovaciones filosóficas.
Enrique Leff, por ejemplo, en su Saber Ambiental, concibe la ética como un sistema de valores que debe orientar la vida humana. De esa forma, una ética ambiental debe manifestarse en comportamientos humanos en armonía con la naturaleza. La ética debe ser capaz de proponer un sistema de valores asociados a una ‘racionalidad productiva alternativa, a nuevos potenciales de desarrollo y a una diversidad de estilos culturales de vida’. Leff propone que los principios éticos del ambientalismo se desdoblen en sistemas para regir la moral individual y los derechos colectivos.
(...)
Por cierto, no serán ni las profesiones de fe en la ética ni los panegíricos de los derechos de la naturaleza, por ejemplo, los que vencerán la crisis ambiental. Más que nunca, visto que el compromiso en relación al deber no tiene más credibilidad social, se debe rechazar la ‘ética de las certezas’ en favor de posicionamientos dialogados, con sentido de responsabilidad y orientados hacia la búsqueda de una medida justa entre el presente y el futuro. La obsolescencia del deber y el colapso de las ideologías apuntan hacia un espíritu de negociación y pragmatismo más amplio e innovador y de posicionamientos éticos inteligentes, ingeniosos y pluralistas.132
En esas circunstancias, cabe, por lo tanto, analizar la pluralidad de valores que están presentes en las discusiones sobre la problemática ambiental y reforzar la importancia de una actitud dialogada y democrática ante este cuadro de conflicto.
Defendemos que una postura consensual es capaz de proporcionar las condiciones para el establecimiento de los tan necesarios entendimientos y acuerdos normativos en ese campo. Hay que buscar también, frente a ese cuadro de inmensa pluralidad axiológica, la identificación de algún valor que pueda ser indicado como propiciador para los acuerdos consensuales.
(...)
Tomado de: Bezerra, S. (2011) Algunas propuestas sobre una nueva reflexión ética medioambiental (Tesina). Universidad de Burgos. Facultad de Derecho.
Accesible en http://dspace.ubu.es:8080/trabajosacademicos/bitstream/10259.1/123/1/Bezerra.pdf
El desarrollo técnico científico trajo posibilidades para un mejor conocimiento de la naturaleza y mejores condiciones de vida humana, pero también está poniendo en riesgo la supervivencia de la Tierra, pues el avance acelerado de la sociedad urbana e industrial ha provocado graves impactos en el medioambiente. El tercer milenio empieza con innumerables señales de peligros evidentes: la contaminación del aire, de las aguas y del suelo, la deforestación, el agravamiento del efecto invernadero (calentamiento del planeta), la extinción de especies de la fauna y flora, las alteraciones climáticas, desertificación, lluvia ácida, destrucción de la capa de ozono y la escasez de los recursos hídricos son –solamente- algunos ejemplos de problemas contemporáneos, cuya solución exige grandes inversiones y movilización a escala mundial. Son sucesos que merecen cuestionarse profundamente sobre los valores, las ideas y comportamientos que están inmersos en la crisis ambiental.
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Una ética de supervivencia planetaria es –stricto sensu– una ética ambiental, y trata de la conducta del ser humano en relación a la naturaleza, teniendo como objetivo la conservación de la vida global. Se centra en cuestiones tales como: relación ser humano/naturaleza, preservación ambiental, calidad de vida y reversión de los procesos de destrucción de la naturaleza. Pretende desarrollar una nueva postura de comportamiento en relación al medioambiente capaz de alcanzar todos los segmentos de la sociedad, en especial el sector empresarial e industrial. Su premisa básica es la de que el medioambiente es finito y limitado, y que destruirlo puede significar una especie de suicidio ‘a largo plazo’.
Para el filósofo y ambientalista Augusto Angel Maya, el emerger de una ética con preocupaciones ambientales es una respuesta a la creencia generalizada de que ‘todo se resuelve con una simple innovación técnica o con algunas reformas económicas’, sin embargo, no es posible enfrentar la crisis ambiental sin una profunda reflexión sobre las bases en las cuales se sostiene la actual civilización tecnológica. Es notorio que, entre otras medidas, son urgentes y necesarias legislaciones más radicales para controlar el deterioro del medioambiente. La historia muestra que, las mudanzas en el campo jurídico, siempre fueron acompañadas de nuevas prescripciones éticas y de profundas renovaciones filosóficas.
Enrique Leff, por ejemplo, en su Saber Ambiental, concibe la ética como un sistema de valores que debe orientar la vida humana. De esa forma, una ética ambiental debe manifestarse en comportamientos humanos en armonía con la naturaleza. La ética debe ser capaz de proponer un sistema de valores asociados a una ‘racionalidad productiva alternativa, a nuevos potenciales de desarrollo y a una diversidad de estilos culturales de vida’. Leff propone que los principios éticos del ambientalismo se desdoblen en sistemas para regir la moral individual y los derechos colectivos.
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Por cierto, no serán ni las profesiones de fe en la ética ni los panegíricos de los derechos de la naturaleza, por ejemplo, los que vencerán la crisis ambiental. Más que nunca, visto que el compromiso en relación al deber no tiene más credibilidad social, se debe rechazar la ‘ética de las certezas’ en favor de posicionamientos dialogados, con sentido de responsabilidad y orientados hacia la búsqueda de una medida justa entre el presente y el futuro. La obsolescencia del deber y el colapso de las ideologías apuntan hacia un espíritu de negociación y pragmatismo más amplio e innovador y de posicionamientos éticos inteligentes, ingeniosos y pluralistas.132
En esas circunstancias, cabe, por lo tanto, analizar la pluralidad de valores que están presentes en las discusiones sobre la problemática ambiental y reforzar la importancia de una actitud dialogada y democrática ante este cuadro de conflicto.
Defendemos que una postura consensual es capaz de proporcionar las condiciones para el establecimiento de los tan necesarios entendimientos y acuerdos normativos en ese campo. Hay que buscar también, frente a ese cuadro de inmensa pluralidad axiológica, la identificación de algún valor que pueda ser indicado como propiciador para los acuerdos consensuales.
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Tomado de: Bezerra, S. (2011) Algunas propuestas sobre una nueva reflexión ética medioambiental (Tesina). Universidad de Burgos. Facultad de Derecho.
Accesible en http://dspace.ubu.es:8080/trabajosacademicos/bitstream/10259.1/123/1/Bezerra.pdf