XXI Encuentros de Educación Ambiental del País Vasco. Invitado para dar la ponencia central Joan Domènech, Director de Escuela Pública Fructuós Gelabert de Barcelona, viejo conocido en los movimientos de renovación pedagógica del país y autor, entre otros, de libro "Elogio de la educación lenta".
Su compromiso con la escuela (a las 15:00 tenía clase y se volvió "volando") nos impidió disfrutarle más de lo que cronos y kainos impusieron. Y las 120 personas que allí nos juntamos nos quedamos con las ganas de aprender y compartir algo más.
En enero publicó en Cuadernos de Pedagogía el artículo al que hacemos referencia: La educación lenta, en el que el autor propone aplicar una nueva mirada sobre el tiempo educativo para intentar dar respuesta a algunos de los retos que plantea nuestro sistema educativo. Se trata de devolver el tiempo a las personas y a los aprendizajes y favorecer, así, un planteamiento cualitativo de los procesos de enseñanza-aprendizaje. Lejos del laissez faire, se persigue una educación de máxima exigencia pero a ritmo personalizado.
Partimos de la idea de ralentizar los ritmos escolares con el fin de adecuar su secuenciación a la persona -a cada persona-y a los aprendizajes que debe realizar. No se trata de favorecer la inoperancia o el laissez faire, sino más bien de desarrollar una educación de la máxima exigencia, tanto individual como colectiva, que, a la vez, respete ritmos personalizados y procesos singulares. Es evidente que el término es controvertido. No se trata de una traducción simple de los movimientos de la lentitud existentes en otros ámbitos de la sociedad, aunque conserva: son puntos en común con las propuestas de algunos de ellos.
Tampoco de una vuelta añorada a una escuela sin tecnología que rehuya los avances tanto en las ciencias de la educación, como en los instrumentos y recursos de los que disponen la escuela y la sociedad actualmente. Se trata de dar una respuesta a los retos que la actual sociedad plantea al modelo educativo a consecuencia de su concepción del tiempo. Las instituciones educativas siempre han sido hijas de su sociedad, por lo que esta diseña aquella escuela que responde mejor a sus prioridades. Y en la actualidad sucede de la misma forma.
[...]
Así, nos encontramos con una educación en la que el tiempo -y el currículo como consecuencia- está absolutamente fragmentado tanto horizontal -en las sucesivas disciplinas- como verticalmente -con relación a niveles, ciclos o etapas-, que se organiza a partir de horarios fragmentados hasta el límite y absolutamente llenos, frente a una realidad que nos enseña que el conocimiento es global. Una escuela con un tiempo acelerado y una lista interminable, y creciente, de objetivos a conseguir, con contenidos poco relevantes o claramente desfasados, con poca relación con las preocupaciones de los alumnos, y no solo eso, sino, además, con la pretensión de que cuanto antes se consigan los objetivos, mejor. Una escuela en la que el tiempo no pertenece a sus actores y agentes sino que es ocupado y colonizado verticalmente, a través de mecanismos directos e indirectos que determinan el tiempo de las personas que están en el escalón inferior. Finalmente, una escuela cuyo diseño hemos equivocado porque la hemos reconstruido en base a un modelo industrial, con una programación técnica que resalta la secuenciación a priori de todos los procesos y con un sistema de evaluación basado, casi únicamente, en la cuantificación de resultados.
[...]
La educación lenta no es la panacea de todos los problemas que tiene el sistema educativo. Es simplemente una propuesta que plantea que debe darse el tiempo necesario -a los educadores, a las familias y al alumnado- para intentar reconstruir una nueva escuela que aborde algunos de los problemas actuales con nuevas herramientas de análisis y acción.
Algunas de las claves de la propuesta son:
- Asumir que cualquier proceso educativo, que tenga como finalidades la comprensión y el aprendizaje pleno, es lento. Lento en el sentido de que necesita un tiempo que no puede delimitarse de antemano. Intuyo, a menudo, que el fracaso de la escuela (no el fracaso escolar) y su crisis vienen determinados por el desfase entre la velocidad a la que queremos enseñar y la velocidad a la que aprende el alumnado.
- Planificar cada aprendizaje teniendo en cuenta la imprevisi-bilidad de los procesos educativos y que no podemos programar de forma absoluta el tiempo que vamos a necesitar, ya que dependerá de cada uno de los sujetos. Si avanzamos o aceleramos los procesos, corremos el riesgo de tener un "accidente", porque sabemos que el tiempo no puede predeterminarse de antemano.
- Dejar tiempo para la reflexión. Es una ilusión pensar que los alumnos están cinco o seis horas aprendiendo ininterrumpidamente. Aprender necesita tiempo de hacer, tiempo de dialogar y conversar, tiempo para reflexionar y tiempo para transferir. A menudo no nos damos cuenta de que el tiempo educativo está marcado casi exclusivamente por el "hacer". Y en ese caso el tiempo se convierte en un enemigo y no en un facilitador de los aprendizajes. El ejemplo del juego -el juego libre, el juego simbólico, el juego sin juguetes, el juego no didáctico- es esencial para entender esta ¡dea. ¿Y cuántas veces las familias o el mismo profesorado han considerado el juego como una pérdida de tiempo? Y es evidente que, si los niños no juegan, no aprenden.
- Educar el tiempo es también un principio que hay que activar. Pasa por reflexionar sobre los modelos presentes en las escuelas, implícitos y explícitos, revisar el lenguaje (la penalización de la lentitud en la evaluación...) y los instrumentos básicos organizativos (calendarios, horarios, agendas...) para que sean modelos de respeto al tiempo necesario para aprender.
- Pensar el tiempo en su globalidad. ¿Cuántas veces hemos defendido la idea de que se aprende de forma continua, a partir de nuestras interrelaciones con el medio y con nuestros ¡guales? Y los niños aprenden en cualquier lugar de forma ininterrumpida, dando respuesta a sus preguntas básicas. A menudo, la distancia entre la cultura escolar y la cultura del alumnado -esta distancia que a veces parece infranqueable e infinita- es producto de esta dispersión y aislamiento entre los diferentes tiempos educativos. Si somos capaces de tejer puentes entre aquello que nuestro alumnado quiere saber y lo que, como maestros, creemos que ha de aprender-ahí está una oportunidad para negociar y democratizar el currículo-, quizás entonces nos daremos cuenta, alumnado y profesorado, de que las preguntas son las mismas, en todas las edades y en todos los lugares, aunque se formulen con distinto grado de complejidad. Y que la escuela empieza a cobrar sentido para el alumno cuando los aprendizajes se llenan de significado.
[...]
Tomado de: Domènech, J. (2012): La educación lenta. Cuadernos de Pedagogía, 419. Barcelona.
Artículo completo en:
http://elpuig.xeill.net/activitats/jornades-didactiques/educacio-emocional/la-educacion-lenta
No hay comentarios:
Publicar un comentario