Artículo del maestro y amigo Carmelo Marcén en el HERALDO DE ARAGÓN el 5 de diciembre de 2011.
SOSTENIBILIDAD Y EQUIDAD
Pocas alianzas de ideas adquieren tanta trascendencia social como esta, pues ambas palabras tienen ya suficiente fuerza por separado. Podrían representar la ética global y servir para componer la leyenda identitaria que los estados y naciones más avanzados escribirían en sus escudos y banderas. No son ideas nuevas pues seguramente ya están detrás del pálpito que dio lugar al nacimiento de las entidades sociales, ya sean organizaciones supranacionales o asociaciones más pequeñas como las que desarrollan su acción en Aragón. También están presentes en el ideario de bastantes opciones políticas y confesiones religiosas de todo el mundo. Porque hablar de sostenibilidad es imaginar la vida de las generaciones futuras, y apostar por la equidad es la mejor manera de evitar las injusticias que sufren muchas personas cercanas y lejanas, que ven restringida la mejora de sus vidas por factores que escapan a su control.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) acaba de presentar su Informe sobre Desarrollo Humano 2011 (IDH) “Sostenibilidad y equidad: un mejor futuro para todos”. Como sucedía con la primera pareja de términos, también la lectura combinada de “futuro” y “todos” se presta a muchas interpretaciones. Algunas entidades sociales apuestan por un futuro común, otras se decantan más por escenarios diferenciados, por metas adaptadas a los diversos colectivos y territorios. También los individuos perseguimos futuros diferentes; no siempre cada uno de nosotros imagina para los demás lo que quiere para sí mismo. Dice el Informe en su preámbulo que el gran desafío de desarrollo del siglo XXI es proteger el derecho de las actuales y futuras generaciones a llevar una vida plena y saludable. Afirma que se habían logrado avances en las últimas décadas para rescatar a muchos pobres del mundo y caminar hacia la convergencia mundial del desarrollo humano. Asegura el Informe que las inversiones que incrementan la equidad social —el acceso a energía renovable, agua y saneamiento, y salud reproductiva— pueden reparar tanto la sostenibilidad global como el desarrollo humano en los diferentes contextos y países. Si no se logra, parece probable que el IDH global haya disminuido un 8% en el año 2050 o, en el peor escenario, situarse alrededor de 15% por debajo del nivel de referencia previsto si se aceleran la deforestación generalizada, la degradación del suelo y la reducción de la biodiversidad; si se produce un aumento fuerte y sostenido de fenómenos climáticos extremos. Estas proyecciones sugieren que, en muchos casos, los más pobres son y seguirán siendo los más afectados por las consecuencias del deterioro ambiental generalizado, pese a que su contribución a la generación de este problema es mínima. Así puede suceder que el país con más alto IDH, Noruega, esté cada vez más lejos de la R.P. del Congo, el más bajo.
HERALDO (11-11-11) recogía los resultados de un estudio avalado por la Federación Española de Hostelería y Restauración (FEHR), en el que se constataba que los restaurantes tiran 63.000 toneladas de comida al año. Casi toda la comida tiene hoy un elevado coste ambiental en su producción y en la distribución. En este mundo globalizado, una parte de los alimentos que se tiran vienen de los países con bajo IDH, con monocultivos inducidos y dependencia agrícola para surtir nuestros mercados, lo cual ha ocasionado allí deterioros ambientales y sociales graves. Produce sonrojo imaginar lo que supondría añadir a esas cifras los productos caducados de los supermercados y la comida no consumida que va a la basura en nuestras casas. Sin duda habría que retirar la palabra equidad de los símbolos o estandartes que la tuvieran, y reconocer la inconsistencia de desear un futuro para todos.
Hay que concretar acciones y compromisos, porque si no corremos el riesgo de que la incertidumbre del tiempo los desdibuje. El futuro no es lo que va a pasar sino lo que vamos a hacer, decía Jorge L. Borges. Todos hemos de participar en la resolución de las lacras globales porque tenemos una responsabilidad compartida frente a los menos privilegiados, tanto los de hoy como los del futuro, y debe movernos un imperativo como especie que nos obliga a garantizar que el presente de unos pocos no se convierta en enemigo del futuro de todos.
CARMELO MARCÉN ALBERO
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