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miércoles, 7 de agosto de 2013

De rerum natura. Hitos para otra historia de la educación ambiental. Capítulo 9.

De rerum natura. Hitos para otra historia de la educación ambiental.
Capítulo 9.

El presente de la educación ambiental es también su pasado. La educación ambiental vino para no quedarse y ya tiene cuarenta y tantos años. O más. Lo ideal sería que no tuviera futuro, esto es, que la crisis ambiental, a través de un cambio social, ya hubiera terminado y que la justicia social, la equidad y la buena salud de la biosfera y sus inquilinos se hubieran asentado y, en definitiva, un modelo de vida sostenible para todas y todos, ahora y en el futuro, se hubiera establecido en nuestras sociedades.
Sin embargo, no es así. La crisis ambiental persiste y nos envuelve. La crisis del conocimiento, de la que nos hablan muchos autores y autoras, nos rodea, nos invade, nos ahoga y sus consecuencias son desastrosas para la inmensa mayoría de los seres vivos de este planeta finito. La crisis social, cargada tanto de desempleo, pobreza y hambre, como de paraísos fiscales, políticas neoliberales y estafas financieras, ilustra francamente el momento. La crisis de los cuidados, de la desaparición de lo público, la emigración forzosa, la insolidaridad y el individualismo aderezan la foto del hoy. Por tanto, la educación ambiental tiene hoy su sentido, tal y como lo tuvo ayer.
Pero, pasa el tiempo y necesitamos evaluaciones. La evaluación nos permite valorar lo realizado y tomar decisiones para mejorar procesos venideros. Si atendemos a indicadores que nos puedan dar información de finales de los 60 del siglo pasado y de la primera década del siglo XXI podremos ver que hay muchas cosas que no van bien y que, incluso, han empeorado gravemente. No hay duda.
Como se puede apreciar, la crisis ambiental parece agravarse año tras año. Esto puede hacer pensar que la educación ambiental ha fracasado. Quienes, al albor del mayo del 68, creyeron que, además de encontrar la playa bajo los adoquines, la educación ambiental cambiaría el mundo aparentemente se equivocaron. El consumo de recursos avanza al galope y los desechos incrementan sin parar. Las injusticias sociales perduran y los seres humanos tienen que trasladarse a miles de kilómetros a buscar nuevas oportunidades. Las especies desaparecen inexorablemente y la presión contra la naturaleza aumenta. ¡Vaya fracaso!
Sin embargo, quizás podamos fijarnos también en que, a la hora de evaluar procesos, solemos soslayar aspectos importantes que no tenemos en cuenta. El reconocido programa PISA (Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes, de la OCDE) manifiesta la importancia de los contextos, en concreto el socio-cultural, y su fuerte condicionamiento de los resultados. En el caso de la educación ambiental, la causa, el por qué de su surgimiento, es a la vez su contexto ineludible, su qué, su cómo y su para qué. De hecho, la mayor dificultad para la educación ambiental es trabajar en un contexto insostenible. Y eso no lo tienen en cuenta las evaluaciones. Éstas se centran en el logro de objetivos, en los productos y resultados obtenidos, en el papel de los agentes, en el desarrollo de los protagonistas, en el flujo de procesos, en las metodologías y técnicas empleadas… Y no en el contexto, ni en su importancia. Tan sólo un ejemplo.
Un grupo de jóvenes realiza en su barrio una campaña de comunicación sobre lo que han aprendido, realizado y conseguido respecto a la movilidad en torno al centro escolar. Al salir del escenario de trabajo, este grupo se encuentra frente a unos estímulos fortísimos para consumir la última moda, para vivir de manera más cómoda, para llenarse de objetos sin valor, para tener más que sus conciudadanas, para obviar las consecuencias sociales y ecológicas que genera su modo de vida, para olvidarse de los más necesitados, lejanos o cercanos, para dejar de lado que tiene que luchar por sus valores de libertad, equidad, solidaridad, justicia, amor… De la misma manera ofrece al sector adulto de la sociedad el último coche, el más veloz, el más grande… que conlleva reconocimiento, prestigio, liderazgo…
Si atendemos a que, con el paso del tiempo, la movilidad en el barrio, en cuanto a número de coches por persona y contaminación atmosférica y acústica, ha empeorado, deduciremos que la educación ambiental ha fracasado. Si atendemos a que el contexto (intereses económicos, políticas municipales, falta de compromiso social…) ha sido tan implacable que el impacto de la acción puesta en marcha por el grupo de jóvenes ha quedado minimizado, podremos ver la misma realidad con otra perspectiva.
Un segundo aspecto que a menudo se esquiva es el propio carácter de la educación. Los resultados de los procesos educativos no siempre se pueden medir y valorar al final del propio proceso: “A veces se hace difícil creer que la educación sirve para algo porque los resultados son muy a largo plazo y pocas veces se verifican”, como afirma Victoria Camps (2010). Además, posiblemente, los aprendizajes que se constatan y visualizan a muy largo plazo sean más trascendentes que los productos y resultados inmediatos.
Probablemente, esta primera década del siglo XXI, haya ofrecido la primera generación de personas del mundo occidental que crece en el “interior” de los hogares, es la generación “nativa digital” que pasa la mayor parte de su tiempo frente al televisor, escuchando música en solitario, navegando por Internet o jugando en dimensiones virtuales. Una generación con ciertos riesgos de saluda superiores a las anteriores: obesidad, dificultades de atención, huida del mundo real… Todo ello configura un escenario nuevo y diferente en el mundo escolar. Y además, si la infancia transcurre separada de la naturaleza ¿Cómo la van a conocer y a comprender? ¿Cómo van a valorar la vida y los seres vivos? ¿Cómo va a atender a la biosfera?
La educación ambiental es la encargada de cubrir y dar respuesta a ese déficit. Quizás, un gran sector de esta misma generación ha recibido en su escolaridad formación de gran alcance respecto al medio ambiente y su evaluación comienza a dar resultados positivos. Muchas investigaciones ya concluyen que la educación ambiental aporta una serie de beneficios para los y las estudiantes como crear estudiantes entusiastas e innovadores y docentes que han desarrollado su capacidad de liderazgo, a la vez que ofrece oportunidades para un aprendizaje rico y relevante en el mundo real (Archie, 2003), ayudar a construir el pensamiento crítico y las habilidades de relación y a enfatizar las habilidades específicas de pensamiento crítico centrales como cuestionar, investigar, formar hipótesis, interpretar datos, analizar, formular conclusiones y resolver problemas (Archie, 2003), ayudar a desarrollar cualidades de liderazgo, emprendizaje y aprendizaje cooperativo, y a utilizar el enfoque estratégico de la acción con aplicaciones en el mundo real (NAAEE, 2001), ayudar al autocontrol y a estudiantes con trastorno por déficit de atención, los cuales se benefician de una mayor exposición a la naturaleza, un entorno cotidiano más natural y más manejable (Taylor, 2001), aumentar la facultad de concentración y mejora de las capacidades cognitivas (Wells, 2000), hacer estudiantes más activos físicamente al usar áreas de juego con diversos entornos naturales que benefician la salud, haciéndoles más conscientes de una buena nutrición, más creativos y mejores en sus relaciones personales (Bell, 2006). Numerosos estudios han demostrado que estudiantes de los centros educativos que utilizan algún programa de educación ambiental obtienen mejores resultados académicos que sus pares de modelos tradicionales. Parte de ser una persona "ambientalmente educada" significa actuar al aire libre, una manera probada de ayudar a combatir los problemas de salud tanto físicos como psicológicos, como la obesidad infantil, el asma, la depresión y otros. Y es que, definitivamente, el medio ambiente se constituye como un gran integrador de conocimientos, procedimientos y actitudes, es práctico y compromete a los y las estudiantes y se ofrece como escenario de la acción.
En sentido contrario, desde la enseñanza hacia la educación ambiental, PISA reconoce que estudiantes más competentes en ciencias demuestran una mayor preocupación por la crisis medioambiental (Auzmendi, Gutiérrez y Martínez, 2009). Una buena educación ambiental promueve el interés y compromiso con el mundo natural y alienta jóvenes y adultos bien informados que son la clave para encontrar soluciones de futuro a los complejos problemas que actualmente amenazan la salud de nuestro aire, tierra, agua y vida; facilita que individuos y comunidades comprendan la naturaleza compleja de los ambientes naturales y artificiales que resultan de la interacción de sus aspectos biológicos, físicos, sociales, económicos y culturales; y desarrolla la interdisciplinariedad, la interrelación, la flexibilidad, el no-dogmatismo, la incertidumbre, la anticipación al problema, el énfasis en la resolución de problemas, y la acción social transformadora. 
Hay religiones que llevan decenas de siglos intentando desarrollar personas con valores, a su estilo, y ¿Cuál es el balance a lo largo de todos estos siglos de humanidad? ¿Debemos juzgar los 40 años de educación ambiental sólo por sus resultados? Además, más cambio climático, menos recursos, pobreza, injusticia, pérdida de biodiversidad… ¿todo eso es fracaso de la educación ambiental? ¿Son sus resultados? ¿El contexto capitalista, las políticas neoliberales, la globalización mercantil, las transnacionales… no tienen nada que ver? ¿Que muchos procesos educativos sean lentos tampoco? Hace 40 años unas pocas personas decidieron que había que cambiar el mundo. ¿No es cierto que hace muchos más años se inventó un sistema que tiene encorsetados a la mayoría de los seres humanos y a sus sistemas sociales? ¿Las personas pioneras de la educación ambiental se creían con la capacidad de hacer cambiar a una o dos generaciones planetarias para que la historia cambiase? ¿La educación ambiental ha sido incapaz de producir “el cambio”?
A pesar de la amarga foto actual que vivimos existen otros elementos. A diferencia de otras conclusiones, la educación ambiental, si bien no ha hecho “el cambio”, si ha generado “cambios”. Quienes vivimos en el mundo occidental utilizamos en las calles, con absoluta normalidad, los distintos recipientes que clasifican los residuos domésticos, disfrutamos de algunos carriles-bici, recorremos una inmensa red de senderos por zonas naturales, aprendemos en los centros de interpretación, vemos como se comienzan a usar vehículos eléctricos, leemos en el recibo de consumo eléctrico que aumenta progresivamente el uso de fuentes renovables, muchos comparten lo poco que tienen y con más razón en época de falta de ayudas sociales, colaboramos con proyectos de desarrollo en países empobrecidos, cada vez tenemos más opciones de comida ecológica en mercados y restaurantes, nos asociamos para obtener alimentos ecológicos, las nuevas construcciones tiene que seguir ciertas normativas de eficiencia energética y estamos viendo los primeros edificios bioclimáticos, tenemos a nuestro alcance medicamentos genéricos, las empresas quieren lograr y exhibir sus estándares medioambientales, han surgido los primeros aparatos sin obsolescencia programada… Todos estos “cambios” ¿Los ha producido el propio sistema socio-económico por sí mismo? ¿Habrá habido algún mensaje que ha calado en los diferentes estamentos de la sociedad? ¿Ha tenido algo que ver la presión de una sociedad cada vez más formada y que los solicita? ¿Ha sido el trabajo en pequeña escala de grupos concienciados y comprometidos?
A la educación ambiental se le pedía la acción local y el pensamiento global ¿Se han conseguido “cambios locales”, pensando en lo global? Detrás de cada carril-bici, de cada contenedor específico, de cada aerogenerador… y de cada elemento “verde” está la educación ambiental. Sabemos que muchas empresas utilizan “lo verde” con fines perversos, pero la educación ambiental ha impulsado la sensibilización y el conocimiento necesarios para lograr que se hagan pequeños (o grandes) gestos, que esté presente en las líneas estratégicas y de comunicación de toda corporación moderna que se precie o que se propicien sellos y sistemas de calidad ambiental que tratan de minimizar impactos sociales y ecológicos, disminuir los riesgos de salud y laborales, buscar el compromiso de los proveedores…
La joven educación ambiental no ha conseguido el deseado “cambio social” demandado. Pero, sí está detrás de todos esos “cambios”. Y hablamos de unas pocas personas, en todo el mundo, pioneras a finales de la década de los 60, que han arrastrado a otras y éstas a otras para hacer “pequeños cambios”.
Hoy, la educación ambiental no es un lujo, significa comprender cómo las decisiones y acciones humanas afectan a la calidad del medio ambiente (entendido en el sentido más amplio posible), así como utilizar ese conocimiento como base para una ciudadanía responsable y eficaz, que sea capaz de tomar decisiones que van desde el ordenamiento territorial a la calidad del aire y el agua. Las opciones personales y las políticas sociales tienen consecuencias para el mundo natural. Nos lo decía Rachel Carson (1980) en su obra de referencia: “El público debe decidir si desea continuar por el actual camino, y sólo puede decidirlo cuando está en plena posesión de los hechos”. Las personas deben tener el conocimiento y las habilidades necesarias para buscar decisiones acertadas que mantengan la salud pública y la calidad del medio ambiente.
Entre tanto, seguimos discutiendo que si educación ambiental, que si para el desarrollo sostenible, que si para la sostenibilidad, que si hacia la sostenibilidad... Y seguiremos. Seguramente no haya una “educación ambiental”, sino muchas. Quizás partan de objetivos y planteamientos diferentes. Quizás hasta exista una educación ambiental neoliberal (Meira, 2002). Y esto también nos hará avanzar. Evidentemente, hay diferentes intereses y maneras de pensar y entender esta educación, pero eso es riqueza en el debate ¿O no es ese el valor de la diversidad y de la multiculturalidad? Diferentes maneras de ver las cosas o el origen de los problemas, discordantes formas de explicar su cómo y su por qué. Pero todas con un común “para qué”: un mundo más bello.
En el camino recorrido por De rerum natura hemos descubierto muchas cosas. Quizás todavía discutamos por su definición, pero al menos, hemos aclarado otros elementos. Sabemos que medio ambiente no es sólo la naturaleza (de hecho no hemos encontrado ninguna definición en ese sentido entre todas las halladas, que no han sido pocas). Por lo tanto, hemos descubierto y reconocido que la educación ambiental no trata sólo de pajaritos, árboles o ballenas. Sabemos que no se basa en verdades absolutas, que se mueve en la incertidumbre. Sabemos que el conocimiento no cambia directamente el comportamiento. Que no busca tanto el cambio actitudinal o comportamental como acciones que transformen la sociedad y el planeta en otra realidad. Que no compete exclusivamente a la infancia y a la juventud. Y que no es apolítica, en la medida en que confiere a quien aprende la calidad de sujeto constructor de conocimientos y ofrece un espacio de convergencia entre el mundo natural y el social; una convergencia que propicia la creación tanto en el ámbito social como en el individual, que rompe con el pensamiento lineal y propicia decisiones, prácticas y acciones innovadoras y creativas. Se han hecho muchos trabajos e investigaciones, se han realizado muchos encuentros de diferentes niveles, se ha integrado en los currículos… y se han producido “cambios”. No “el cambio”. De acuerdo.
Sin embargo, eso es la educación sin apellido: un proceso de cambios. Un proceso de siembra constante que comenzó cierta gente convencida hace muchos años. Algunas semillas han brotado y de ellas han crecido plantas vigorosas. Hay otras que no han encontrado (aún) las condiciones para poder germinar, bien porque no eran adecuadas, bien por el contexto. Las plantas que se desarrollan, prosperan y fructifican darán nuevas semillas que producirán nuevos “cambios”. Todos estos “cambios”, quizás algún día, formen parte del “cambio”. La transformación cultural, global e integral en clave de un mundo más bello, unas personas más felices y una sociedad más creativa e imaginativa.
Y va brotando, brotando. Como el musguito en la piedra.