Las realidades sociales y ambientales de nuestro mundo están poniendo de relieve, cada vez con mayor crudeza, las consecuencias de la globalización: se extreman las desigualdades, millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza como resultado de un acceso desigual a los recursos, las alteraciones climáticas cada vez resultan más agresivas, están desapareciendo o deteriorándose irreversiblemente muchos ecosistemas, etcétera. Y todo ello afecta de forma especialmente grave a las poblaciones y grupos sociales más vulnera-bles (García Pérez y De Alba, 2008; Fernández Durán, 2004).
En este escenario las problemáticas socioambientales no pueden ser abordadas desde un plano meramente local, sino que requieren análisis y estrategias de intervención en una escala más compleja que combine la perspectiva local y la global (Caride y Meira, 2001); de ahí que se venga postulando, desde diversas instancias, el concepto de glocal. A estas problemáticas, por tanto, «se debe responder desde la promoción de una conciencia de ciudadanía global. Esto significa que cada ciudadano, dondequiera que viva, forma parte de la sociedad global» (Congde, 2004, p. 15). Ese tendría que ser, en último término, el enfoque de la denominada «competencia social y ciudadana».
En ese sentido, la geografía, dentro de las ciencias sociales, constituye un campo de referencia fundamental por cuanto aborda los problemas desde la dimensión espacial, permitiendo tanto ese abordaje de los mismos en diferentes escalas como el análisis de las interacciones entre los problemas socio-ambientales y el entorno en el que se generan y manifiestan. Ello, a su vez, facilita la incorporación, ya en el plano educativo, de ejes transversales como la educación ambiental y la educación para la ciudadanía. Y esa confluencia curricular ha de realizarse hoy con una perspectiva planetaria, que trabaje desde la glocalidad.
Desde este planteamiento, la participación como ciudadanos, conscientes de los problemas de su entorno y capaces de comprender su vinculación con los problemas del planeta, cobra especial relevancia. De hecho, los proyectos y programas que contemplan específicamente la educación para la participación ciudadana han ido abriéndose espacio en los centros escolares, generando nuevas perspectivas como herramienta para el desarrollo comunitario, si bien no está garantizada la integración de esas propuestas educativas –que con frecuencia proceden de fuera de la escuela– con el currículo escolar (García Pérez, 2009).
De hecho, los programas educativos complementarios a disposición de la comunidad escolar sobre temas como la educación ambiental, la educación ciudadana, la educación vial o la educación para la salud y el consumo constituyen un importante paso, que, sin duda, fomenta la participación ciudadana. Pero la dimensión de los problemas para los que hay que educar requiere ese enfoque de ciudadanía planetaria que estamos postulando. Como señala Boff: Dada la crisis generalizada que vivimos actualmente, todas las educaciones deben incluir el cuidado de todo lo que existe y vive. Sin el cuidado, no garantizaremos una sostenibilidad que permita al planeta mantener su vitalidad, los ecosistemas, su equilibrio, y nuestra civilización, su futuro. […] nos olvidamos de educar en la responsabilidad y en el cuidado del futuro común de la Tierra y de la Humanidad. Una educación que no incluya el cuidado demuestra ser alienada e irresponsable.
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es evidente que estos programas educativos se muestran como instrumentos de gran valor didáctico y pedagógico, para desarrollar una educación ciudadana participativa, al favorecer el aprendizaje de aquellos elementos o aspectos de la ciudadanía más vinculados con el compromiso y con la acción de transformación social. En ese sentido, es incuestionable que entorno y ciudadanía están en constante relación, por lo que es imprescindible crear nuevos espacios que faciliten «la participación, la concienciación, la educación y la capacitación de la ciudadanía» (Bonil, Junyent y Pujol, 2010, p. 1). Un cambio que es imprescindible abordar desde una perspectiva compleja (García Díaz, 2004), situándonos así en un modelo de vida que considera la libertad desde la responsabilidad, el entendimiento político desde una democracia participativa y la comunidad como una forma de proyectarse hacia la planetariedad (Morin, 2000).
Moreno O. y García Pérez, F. (2013) Educar para la participación desde una perspectiva planetaria Análisis de experiencias educativas en Andalucía. Íber Didáctica de las Ciencias Sociales, Geografía e Historia | núm. 74 | pp. 9-16 | julio 2013
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