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Sus tenere

Mis años de experiencia en educación ambiental me han llevado a trabajar, entre otros muchos elementos, con conceptos clave que tenía que ayudar a construir a quienes aprendían conmigo. Términos como ecología, complejidad, sistema, impacto ambiental, sensibilización y concienciación, ética responsable, azar e incertidumbre, nivel y calidad de vida, transformación social, economía ecológica, neoliberalismo… y desarrollo sostenible.
Sobre algunos de ellos el acuerdo es más o menos general o, cuando menos, no hay matices que lleguen a tener significados exageradamente encontrados. Sin embargo sobre otros hay grandes discrepancias en cuanto a su significado, alcance u objetivo. Es el caso del término desarrollo sostenible. En principio es una idea que trae buenas sensaciones: nos habla de desarrollo, de progreso, de avance… y de que sea duradero y estable. Pero, en cuanto se empieza a estudiar o a investigar se aprecian multitud de definiciones, unas hechas desde la mejor de las intenciones y otras que esconden intereses inconfesables. Así, las buenas sensaciones se transforman en extrañas, incómodas, paradójicas.
Aclararme sobre este concepto ha sido la motivación interna de este trabajo y aportar y divulgar la información encontrada ha sido la externa. El “encendido” lo dio una pregunta.
En abril de 2007 se celebró en Bilbao la Conferencia Internacional sobre Cambio Climático a la que asistió, entre otros, Mario Molina, Premio Nóbel de Química en 1995 por sus estudios sobre la capa de ozono. En el turno de preguntas planteé a la mesa la siguiente cuestión: ¿Pueden la tecnología y el libre mercado ser la solución a los problemas que han generado el libre mercado y la tecnología? El señor Mario, sonrió hacia un lado, carraspeó y dejo la respuesta a los compañeros de mesa. Desde ella se me hizo saber que el libre mercado -dado que nunca se ha aplicado sensu stricto- no ha generado la crisis ambiental y que, en todo caso, las crisis son fallos o desajustes del sistema económico.
Evidentemente, la respuesta no me convenció y fue la salida a la carrera de obstáculos que ha supuesto la realización de esta investigación.
He aquí la introducción del libro:


[...]

INTRODUCCIÓN
Un fantasma recorre el mundo: el fantasma de la crisis ambiental.
Cuando está a punto de cerrarse la primera década del siglo XXI nos encontramos en un escenario de crisis ambiental de dimensiones planetarias. Una problemática que aglutina la crisis económica que estalló en septiembre de 2008, la crisis del calentamiento global, la crisis provocada por la subida de los precios de las materias primas y la crisis energética, todo ello en un mundo cuya población sigue creciendo.
Son muchas las personas que piensan en los avances tecnológicos por llegar y en la economía de mercado libre para solucionar la crisis que han provocado el mercado libre y la tecnología. Frente a esta visión debemos recordar la aseveración de A. Einstein: «Los problemas no se pueden solucionar si los enfrentamos con la misma forma de pensar que tuvimos cuando se crearon». Son necesarias nuevas maneras de ser, nuevas formas de hacer, o recuperar y readaptar aquellas que dieron sus frutos en el pasado. Estamos en un momento de cambio en la historia ambiental del planeta, en la historia de una especie denominada ser humano, nos toca vivir ese momento y participar activamente de él. Cambiar significa repensar, reconstruir, renovar, reformar y transformar. La sostenibilidad se presenta como el gran proceso de este cambio.
La sostenibilidad aparece como elemento fundamental e imprescindible para salir de la crisis. No una sostenibilidad entendida como un estado final, estable y sólido, sino como una idea dinámica, evolutiva, recuperada, re-clamada, re-pensada y re-construida hacia la que caminar, hacia la que dirigir los pasos como aquella meta utópica a la que no llegamos, pero que nos obliga a avanzar.
Un concepto relativamente nuevo, aparecido por primera vez en un texto escrito en el siglo XVIII, pero emergido con carácter oficial hace poco más de 20 años. Sin embargo, una idea que ha ido de la mano de la historia del ser humano. La relación del ser humano con su medio ambiente ha estado marcada en términos de no sostenible o sostenible, muy sostenible o poco sostenible, según los resultados producidos tanto a corto como a largo plazo. Hay grupos y sociedades humanas que viven, han vivido y desean vivir, en un futuro, en clave de sostenibilidad.
A lo largo de este trabajo intentaremos presentar la complejidad que conlleva esta expresión, su implicación sincrónica y diacrónica, su correlación local y global, con el objetivo de acercarnos a su significado y analizar las consecuencias de una apuesta en este sentido.


1. MEDIO AMBIENTE
El medio ambiente es un tema de gran preocupación para la ciudadanía. El Ecobarómetro Social 2008 de la Comunidad Autónoma Vasca (CAPV) señala que cerca de un 90% de las personas encuestadas se muestran “bastante” o “muy” preocupadas por el medio ambiente (Ihobe, 2008). Hay quienes opinan que este hecho es un reflejo directo de la gravedad de la crisis medio ambiental; visible solamente en sociedades avanzadas que, por tener cubiertas las necesidades básicas, buscan una mayor calidad de vida y satisfacción personal; acontecimiento que se difunde porque sectores de la clase media con posiciones favorables o nuevos movimientos sociales lo impulsan. Aunque también hay sectores que opinan que esto no es cierto, que realmente se habla más bien poco sobre medio ambiente (Marcén y Molina, 2006).
El Eurobarómetro (Comisión Europea, 2005), por su parte, indica que casi la mitad de los encuestados están preocupados por “la contaminación del agua” (47%), “los desastres causados por el ser humano” (46%), y el “cambio climático” y “la contaminación del aire” (ambos con el 45%).
Se habla sobre medio ambiente, se está preocupado por el medio ambiente, pero ¿qué es el medio ambiente? Según el Eurobarómetro (Comisión Europea, 2005), cuando se refiere al medio ambiente, la ciudadanía europea piensa en primer lugar en la idea de  “contaminación de las ciudades” (un 25%), seguida de cerca por “la protección de la naturaleza” (22%). El informe indica que el término “medio ambiente” cubre la misma gama de percepciones observadas en los estudios de los últimos años. Por su parte, del citado Ecobarómetro Social 2008 obtenemos que:
«Al igual que lo registrado el año 2004 en el conjunto de la UE 25, en la CAPV el medio ambiente se asocia principalmente a contaminación de ciudades y pueblos (31%), situándose en índices similares a los registrados en países como Irlanda (29%) o España (34%). La asociación del medio ambiente con protección de la naturaleza se sitúa en la CAPV (18%) por debajo de la media de la UE 25 (22%) y es igual o similar a la registrada en países como Italia (19%) y Austria (20%)» (Ihobe, 2008).
C. Marcén y P. Molina (2006) apuntan que «El medio ambiente es una trama complicada, como también lo es su percepción». Con el fin de acercarnos al término y ayudar a su compresión a lo largo de las próximas páginas, traemos aquí unas cuantas referencias que nos ayudan a integrar el sentido de la unión de esas dos palabras. La Conferencia sobre Medio Ambiente Humano de Estocolmo, de 1972, lo define como el «conjunto de componentes físicos, químicos, biológicos y sociales capaces de causar efectos directos o indirectos, en un plazo corto o largo, sobre los seres vivos y las actividades humanas». UNESCO/PNUMA (2002) lo definen como «el medio físico, social y cultural, por lo que los análisis que se efectúen deben tomar en consideración las interrelaciones entre el medio natural, sus componentes biológicos y sociales y también los factores culturales». La Real Academia Española de la Lengua (RAE), desde la biología, lo admite como un «conjunto de circunstancias o condiciones exteriores a un ser vivo que influyen en su desarrollo y en sus actividades» y, teniendo como referencia al ser humano, al «conjunto de circunstancias culturales, económicas y sociales en que vive una persona». Para finalizar, trasladamos a estas páginas la notable definición de J. Gutiérrez (1995) como:
«Todo el conjunto de seres y de elementos que constituyen el espacio próximo o lejano del ser humano; conjunto sobre el cual él puede actuar; sin que por ello le dejen de influir de forma total o parcial esas circunstancias, condicionándole su existencia e influyendo directamente en sus modos de vida» .
Creo que merece la pena esta aclaración (y reivindicación en cierto modo) ya que socialmente el medio ambiente, como hemos visto, se asocia en general a los aspectos físico-biológicos del mismo y en este sentido, además de los Ecobarómetros citados, hay muchas investigaciones que así lo indican (Di Masso, 2006; Marcén y Molina, 2006; Oliver, 2005...).
Una vez determinado el significado de “medio ambiente” podemos decir que no es posible hablar de historia del ser humano sin tener en cuenta al medio ambiente, como no es posible hacer historia del medio ambiente sin tener en cuenta al ser humano. 
«Actualmente, la especie humana es tan numerosa y posee tal capacidad de control que, si se prescinde de ella, no es posible entender el funcionamiento presente de la gran mayor parte de los ecosistemas. Su actividad afecta a toda la biosfera » (Margaleff, 1989). 
La Historia es, primero, la historia de la naturaleza, y cuando aparece el ser humano se convierte en la historia del medio ambiente. En este contexto, la historia del ser humano o de las sociedades tiene «más que ver con el suelo, las semillas y con los estómagos, que con el arte o la intelectualidad» (Fernández-Armesto, 2001). Esta reciente línea de trabajo denominada historia ecológica o ambiental “trata de comprender las relaciones estratégicas entre los seres humanos entre sí y con la naturaleza, de la que dependen para su subsistencia y de la que forman parte” (González de Molina, 1993).
A lo largo de la historia las sociedades han construido su propio hábitat, es decir, un lugar de condiciones apropiadas para que viva el ser humano a base de modelar, ajustar y modificar su entorno. La responsabilidad por cubrir las necesidades del grupo hace que aparezcan las preocupaciones por los recursos naturales, por su aprehensión, por la producción y por el uso. Las características del entorno impulsaron diferentes respuestas por parte del ser humano ya que, evidentemente, necesitan distintas soluciones la adaptación a una selva tropical, a un desierto o a una taiga. Entornos diferentes generan respuestas diferentes.
Sin embargo, se puede observar que, a lo largo de la historia, entornos similares no han producido la misma respuesta, el mismo hábitat, para la especie humana. En ambientes equivalentes distintas sociedades han propiciado soluciones diferentes. Por tanto, se puede afirmar que el medio ambiente condiciona una forma de sociedad o de civilización, pero no determina ni su estructura, ni su funcionamiento, ni su cultura (Crosby, 1988; González de Molina, 1993; Fernández-Armesto, 2000). A esta idea, el propio Fernández-Armesto (2000) añade que «el grado de civilización de una sociedad aumenta en relación directa con la distancia y la diferencia respecto al medio natural no alterado».
No hay una historia ecológica: hay una historia de historias ecológicas. Las sociedades humanas se han encontrado en diversidad de entornos y, ante sus problemas, han dado diversidad de respuestas. Algunas sociedades han sido capaces de evolucionar y sobrevivir. Por el contrario, la adopción de un tipo de respuesta erróneo ha hecho desaparecer o desplomar muchas de ellas. 
Proponemos a quien tiene este libro en sus manos viajar a lo largo de la historia medio ambiental a lomos de un concepto tan cotidiano y usado de una forma tan reduccionista como el de medio ambiente, pero mucho más controvertido, politizado, socializado: la sostenibilidad. 
La evolución de ser humano en su relación con el medio ambiente ha ido ligada al concepto de sostenibilidad desde sus primeros días. Trataremos de recordar, analizar y sugerir elementos que aparecen a lo largo de dicha historia, teniendo en cuenta que, si bien el término sostenibilidad es de reciente uso, el “hecho sostenible” aparece con el ser humano. Sus actividades serán sostenibles o no desde el momento en que el pulgar oponible permite la fabricación y el uso de herramientas para satisfacer sus necesidades. En este periplo iremos viendo, en una selección de etapas, los hitos históricos, las maneras de hacer, los acuerdos, los documentos o hechos que estén relacionados con una idea global de sostenibilidad, aquellos que han contribuido a su construcción social y aquellos que favorecen o impiden su desarrollo. 
Realizaremos el viaje en tres etapas. La primera arranca en el momento de la aparición del ser humano en el planeta para llegar, en un rápido recorrido, a la ciudad de Estocolmo en 1972. Paisajes, creencias, migraciones, colapsos, luchas… ilustrarán estos milenios de un viaje en el que tenemos mucho que aprender. Regiones, países y continentes serán los escenarios de los protagonistas, los humanos. Trataremos de re-cordar (del latín, volver a pasar por el corazón) qué ha salido bien y qué no tan bien, en qué y cuándo hemos tenido actividades sostenibles o no, para llegar a donde estamos.
La segunda etapa parte de Estocolmo para llegar a Johannesburgo en el año 2002. Los humanos ya son conscientes de la crisis ambiental global. Ahora se unen para tratar de solucionar los problemas: analizan sus elementos, descubren sus interrelaciones, plantean estrategias, proponen compromisos, evalúan los resultados… Los escenarios de esta etapa son las diferentes ciudades que han dado cobertura a los grandes congresos, a los acuerdos extraordinarios, a las pomposas declaraciones. La ONU tendrá en todo ello un papel relevante.
En la tercera etapa nos enfrentaremos al presente. Será un viaje virtual en que estaremos a la vez en un sitio y en todas partes, en el que toma forma la paradoja del efecto mariposa, en el que descifraremos el profundo sentido de la sostenibilidad, reconoceremos los obstáculos para desarrollarla, descubriremos que es posible y que en muchos lugares ya está en marcha. En escena aparecerán los grandes conceptos de esta historia (ecología, economía y tecnología), salpicados con otros que los moldean (globalización, neoliberalismo, sociedad de la información…). 
Pretende ser un viaje a la complejidad, y por tanto, no es una secuencia exhaustiva de etapas. Pretende ser, además, un recorrido sincrónico y diacrónico, local y global y, sobre todo, sugerente. Sugerente en el sentido de que el viaje abrirá puertas por las que no vamos a entrar, pero que quiere dejar en manos de quien lee la inquietud por buscar más allá de la puerta otros senderos, otras personas compañeras de viaje, otros ámbitos por descubrir.


2. ENTROPÍA
Este recorrido histórico que queremos hacer a lomos de la idea de sostenibilidad, desde la aparición del ser humano hasta nuestros días, viene enmarcado por los límites que determina la propia naturaleza, sus leyes, o dicho de otra manera, las leyes de la ciencia que intentan explicar el funcionamiento del mundo. Y entre estas leyes encontramos el concepto clave del cual derivan todos los demás: la energía. La energía, entendida como capacidad de producir cambios, es elemento clave en el estudio del funcionamiento de los ecosistemas naturales y de la biosfera, de la producción tecnológica, y de los modelos y tipos de sociedades.
La energía transforma la materia (calor, luz, fotosíntesis…), se almacena como materia (combustibles, biomasa, productos…), como campos de fuerza (electricidad, magnetismo, trabajo animal y humano…)... y también hace posible la vida. Desde un punto de vista antropocéntrico la encontramos en dos estados: la energía disponible o libre, la que teniendo una estructura ordenada el ser humano puede transformar, y la energía confinada o no disponible, que está desorganizada, dispersada caóticamente, y a la que la Humanidad no tiene acceso. Su obtención y su utilización viene marcada por unos límites, más concretamente, por las Leyes de la Termodinámica. 
En 1789, A. Lavoisier enunció la Primera Ley de la Termodinámica o Ley de conservación de la energía, explicitando que materia y energía no son creadas ni destruidas, sino que permanecen constantes en el Universo. Esto, en aquel ambiente de la Revolución Francesa, alimentó el optimismo del ser humano en el sentido de que podría, a criterio propio, transformar eternamente energía y materia para obtener nuevos productos, beneficios y servicios. 
Un siglo después, el irlandés Thomson y el alemán Clausius, cada uno por su parte, aportaron diversas matizaciones a este Principio que, al final, se convirtieron en la Segunda Ley de la Termodinámica. Esta ley, entre otras cosas, viene a decir que es imposible convertir completamente toda la energía de un estado a otro sin que se produzcan pérdidas de energía. Esta pérdida no es gasto o eliminación, la energía se disipa pasando a otro estado de imposible utilización. La cantidad de energía degradada es lo que se denomina entropía y da idea de la mayor o menor tendencia al desorden de un sistema  en un momento dado. 
El ejemplo de que el cuerpo de más calor traspasa energía, de manera natural, al de menos, tendiendo a equilibrarse, nos permite acercarnos a la idea de que el Universo tiende a distribuir su energía uniformemente, en busca de un equilibrio energético dinámico, es decir, intenta maximizar su entropía con las consecuencias que ello conlleva. Esto explica, en parte, la contaminación y la creación de residuos en los procesos de producción.
Aún así, en la naturaleza se dan situaciones de autoorganización capaces de superar ese desorden, especialmente visibles en los seres vivos y en las organizaciones sociales. Por ejemplo, romper un cristal supone un mínimo gasto de energía y una gran producción de entropía, de desorden. Los trabajos destinados a reponerlo, a superar el desorden, suponen un gran gasto de energía que buscan recuperar el equilibrio anterior.
La entropía se produce, pero no puede ser destruida o eliminada. Este concepto es de especial relevancia a la hora de analizar el impacto de las actividades humanas, el derrumbe de algunas civilizaciones o el desarrollo de otras, ya que, además de su influencia en los sistemas ecológicos, la entropía también afecta a la economía: «esta Ley, al presentar la pérdida de energía utilizable como algo inherente a todos los procesos del mundo físico, recae sobre el fundamento mismo de la escasez objetiva con que está llamada a toparse la ciencia económica» (Naredo y Valero, 1989). Esta relación teórica es relativamente reciente y se inicia con Georgescu Roegen, y su publicación La Ley de la Entropía y el Proceso Económico, de 1971. 
«Esta Ley recoge el gran conflicto fáustico al que se enfrenta la gestión económica en la sociedad industrial: a mayor irreversibilidad generada por los crecientes y desenfrenados procesos “productivos” realizados por el hombre, mayor será la temperatura ambiental, la contaminación térmica, y mayor la creación de desorden, es decir, mayor la dilución de materiales en la Tierra, el Agua, y el Aire» (Naredo y Valero, 1989).
La idea de entropía implica admitir que la energía y la materia tienen una existencia limitada. La aparición de la vida en la Tierra, y su caracterización intrínseca de intentar mantenerse en el tiempo, creó necesidades de materia y energía aumentando la entropía natural del sistema Tierra. 
La posterior llegada del ser humano alteró progresivamente los procesos naturales de la biosfera, acrecentando la propia entropía del sistema. A lo largo de la historia de la Humanidad, las consecuencias de este aumento las han sufrido muchas sociedades que en su evolución han superado los niveles de entropía admisibles para su futuro y se han colapsado. 
Esto no debe significar, de ninguna manera, que las sociedades predecesoras fueran malas administradoras de los recursos naturales, ni pérfidas gestoras ni tampoco, en el mejor de los casos, grandes conciencias ecologistas. Los seres humanos anteriores a nuestra generación eran como somos: personas enfrentadas a problemas básicamente similares a los actuales, en contextos sociales e históricos diferentes. Diagnosticaban los problemas y diseñaban soluciones que acertaban o fracasaban, tal y como nos pasa ahora. Por ejemplo, las aguas residuales de los hogares de las ciudades medievales se echaban a la calle al grito de «¡Agua va!», costumbre que trataba de mejorar las condiciones higiénicas de las viviendas, pero que hoy día repudiaríamos en nuestra sociedad. Ahora tenemos más conocimientos, más tecnología, más población… pero, esencialmente, los problemas siguen siendo los del pasado, a los que se han añadido los creados por los nuevos conocimientos, tecnología, población… Los problemas medioambientales de épocas pasadas afectaban a escalas locales. Ahora la crisis es global, planetaria. 


3. CRISIS AMBIENTAL
La crisis medioambiental actual se genera con la aparición y el afianzamiento de problemáticas estrechamente ligadas entre sí, como pueden ser la sociedad de consumo, los problemas asociados al desarrollo tecnológico, los desequilibrios entre países desarrollados económicamente y el resto, las migraciones, la urbanización creciente, la pérdida de biodiversidad y de recursos naturales, la deforestación, la explosión demográfica, la feminización e infantilización de la pobreza… Según Leff (2006):
 «La crisis ambiental es el signo de una nueva era histórica. Esta crisis civilizatoria es ante todo una crisis del conocimiento. La degradación ambiental es resultado de las formas de conocimiento a través de las cuales la Humanidad ha construido el mundo y lo ha destruido por su pretensión de universalidad, generalidad y totalidad; por su objetivación y cosificación del mundo. La crisis ambiental no es una crisis ecológica generada por una historia natural».
Frente a la crisis ambiental se plantea el desarrollo sostenible, la sustentabilidad o la sostenibilidad como solución consensuada a escala mundial. Son conceptos relativamente nuevos ya que aparecieron, íntimamente ligados entre sí, en el último cuarto del siglo XX. Sin embargo, siendo tan nuevos, son términos que dan mucho juego, ya que para la primera década del siglo XXI se habrán propuesto unas 500 definiciones de desarrollo sostenible. Intentos de explicar exhaustivamente el concepto y la filosofía que hay detrás de él, aunque, en realidad, todas son producto de puntos de vista confrontados, de ideologías contrapuestas, de ciencias diferentes y, sobre todo, de distintos sistemas de valores. El diccionario de la RAE admitió en 2006 la expresión “desarrollo sostenible” como «desarrollo económico que, cubriendo las necesidades del presente, preserva la posibilidad de que las generaciones futuras satisfagan las suyas», sin embargo, en 2008 todavía no registra el término “sostenibilidad”. 
Aún así, el sentido del concepto de sostenibilidad ha ido unido al ser humano desde que nuestra especie apareció en la Tierra. A lo largo de estas páginas vamos a ir construyendo la estructura de dicho concepto, sus orígenes, usos, modelos, relaciones, futuro… Veremos que este término está íntimamente ligado a otros dos, que incluso comparten misma raíz etimológica y que provocan diferentes sensaciones y acciones. Entre ellos encontraremos ecología, que deriva del griego oikos (casa) y logie (ciencia, estudio, tratado…), y economía del griego oikos (casa) y nemó (administración, ley, gobierno…). La primera significaría el estudio del entorno natural, de los seres vivos, y la segunda la administración de la casa, estado… Las dos, aunque comparten una misma raíz, designan dos esferas del saber separadas. Ambos conceptos comparten el comienzo de la historia ambiental de la mano y en un momento de la misma se separan para, hasta ahora por lo menos, no volverse a unir. Ambas forman parte ineludible de este paseo por la memoria de la Tierra.
Las crisis ambientales se han dado desde que existe el ser humano (y con él la tecnología derivada de su capacidad de acción por tener el pulgar oponible y el encéfalo altamente desarrollado ). Las explicaciones de los éxitos y los fracasos en el intento de superación de las crisis, de las transiciones o los colapsos sufridos por muchas sociedades, no son debidas a factores únicos, las causas son multifactoriales. Diamond (2006) propone un marco de cinco elementos, entendidos como conjunto de factores, para explicar las causas de los colapsos de las civilizaciones: el deterioro del entorno natural, cambios climáticos, convivir con vecinos hostiles y tener relaciones con socios comerciales amistosos. El quinto, y más importante, lo forman las respuestas que da la sociedad a sus problemas ambientales. Bien es cierto que un factor único ha podido ser determinante en algunos episodios históricos, sin embargo, en general, este último factor ha sido el más significativo para que las sociedades pudieran superar las crisis medioambientales o, definitivamente, colapsar. En este contexto Fernández-Armesto (2001) apunta que «si hemos de fiarnos de la historia, esta civilización acabará destruyéndose o transformándose como las anteriores».


4. LUCY
Hace ya unos 24 millones de años que aparecieron los primeros homínidos en la Tierra y entre 4,5 y 7 millones de años que surgieron los primeros seres humanos. Millones de años, pero un breve instante comparado con la historia de la Tierra o con la historia de la propia vida en este planeta.
«La pequeña Lucy caminaba penosamente por la sabana africana. Generaciones de esfuerzo continuado habían permitido que este tipo de locomoción llegara a sustituir a la forma cuadrúpeda de marchar de sus antepasados. Cargada con su hijo en brazos, se sentía desfallecer mientras se acercaba al grupo de acacias espinosas que se divisaban al fondo, bajo el tórrido sol tropical, con su pequeña estatura, apenas superior al metro, y sus menos de treinta kilos de peso, sólo su astucia le había permitido esquivar a poderosos de predadores. Carecía de instrumentos de piedra. Había pasado un millón de años desde que sus antepasados, los primeros homínidos, decidieron abandonar la protección del bosque y adentrarse en las sabanas que se extendían cada día más y más, a favor del gran cambio climático que se estaba produciendo» (Arsuaga y Martínez, 2001). 
Se bautizó como Lucy al esqueleto semi-completo del humanoide más antiguo encontrado hasta 1974, fecha del descubrimiento, con capacidad de andar y correr apoyándose solamente sobre las extremidades posteriores.
La especie humana nace en la naturaleza y, por tanto, es parte de ella, un elemento más de la biosfera. «Hoy se sabe que la vida es consustancial a la historia de la Tierra, que el hombre es consustancial a la historia de la biosfera y que, para bien o para mal, está llamado a evolucionar con ella» (Naredo, 1992). Es un elemento con muchos avances evolutivos que le han permitido diferenciarse del resto de especies en muchos aspectos. Por ejemplo, desde que apareció, es la única especie que ha logrado vivir en la mayoría de los ecosistemas de los que ha formado parte. El ser humano se ha adaptado a los diferentes entornos que han modelado el agua, la temperatura o el viento, y ha generado distintas formas de vivir, modelos con los que ha conformado distintas sociedades. Su historia es la historia medioambiental del planeta. En efecto, la historia ambiental o ecológica «ha surgido y viene desarrollándose desde hace algún tiempo […] Surge de la necesidad de remediar un olvido histórico que ha atravesado el pensamiento moderno y ha supuesto la separación artificial del hombre de la naturaleza» (González de Molina, (2007). Este recorrido histórico es la historia de las sociedades, culturas y civilizaciones, entendiendo éstas como la relación entre una especie y el resto de la naturaleza (Fernández-Armesto, 2000).
Para andar la senda de la historia ambiental se ha hecho clásico recorrer las fases ecológicas de la historia propuestas por S. Boyden (1979): la Fase Cazadora-Recolectora, la Fase Agrícola y la Fase Industrial. No se han sucedido como punto y seguido, sino que, muy al contrario, han coexistido y, de hecho, coexisten en la actualidad.
Nos vamos de viaje.

[...]

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